Conectados sin conexión

Recuerdo llegar del colegio y saber que mamá me iba a estar esperando en casa al igual que a todos mis hermanos. En poco tiempo, nos sentaríamos a la mesa a comer y la típica conversación comenzaría siempre con lo mismo: “¿cómo les fué en el colegio?” y de ahí surgían todo tipo de respuestas, algunas serias y otras que nos hacían reír a todos y las cuales abrían más puertas para la conversación. Nos pasábamos por lo menos una hora haciendo la “sobremesa”.

Al terminar, nos sentábamos a hacer la tarea. Eso significaba tener que escribir en los cuadernos y abrir los libros. Todo eso valía la pena, pues al final sabía que si la tarea estaba completa y todo correcto, podía salir a jugar con mis vecinas. ¡¡¡Qué dicha!!!!

De vuelta a casa, nos esperaba la cena, otra vez en familia, y una vez más compartíamos una conversación. Si veíamos televisión estábamos todos juntos, y por supuesto, mis papás sabían qué veíamos. ¡Qué bellos recuerdos de aquellos tiempos! Aún hoy en día, cuando mis hermanos y yo nos reunimos con mis papás, continuamos con nuestra sobremesa; con risas, y en ocasiones, por que no, con lágrimas.

Lo sé, estoy hablando literalmente del siglo pasado… Hoy en día tenemos la tecnología. El gran invento que supuestamente fue creado para hacer nuestros trabajos más fáciles y nuestra vida más simple ¿no es cierto? Tenemos esos aparatos llamados teléfonos celulares, los cuales además de teléfono, sirven para enviar mensajes y son pequeñas computadoras, pantallas de televisión, cine y radio. Con ellos, no necesitamos nada; ni a nadie más… bueno, eso es lo que la sociedad nos hace creer.

Analicemos cómo pasamos nuestros días con esos pequeños instrumentos. Pero mejor aún, reflexionemos en cómo nuestros hijos pasan el día. Hoy, lo primero que hacen es consultar si tienen algún mensaje; ven el Facebook (o el Instagram o el “app” de moda) para revisar el estatus de sus amigos —que por cierto ya suman cientos, y entre ellos muchos cibernéticos que nunca tendremos la oportunidad de conocer, ni saber qué clase de influencia son para ellos— y por último, conectan sus audífonos para escuchar música. ¿Han tratado a lguna vez de entablar una conversación con alguien que está en su mundo, escuchando música o viendo alguna pantalla? ¡Es imposible! Casi nos toca aprender a hablar en señas.

Los muchachos llegan a clases en donde los profesores y los libros han sido reemplazados muchas veces por “Google”. Pueden encontrar las respuestas sin el mayor esfuerzo, haciendo solo un clic, y además instantáneamente, como a todos nos gusta. Pensar , analizar , reflexionar, son palabras del “siglo pasado”. No se puede perder el tiempo y gastar el cerebro haciendo esas pequeñeces…

¿Y qué tal la nueva ortografía? Palabras cortadas y emojis sin palabras. Lo triste es que esa forma de escribir y la falta de vocabulario no se quedan solo en los mensajes. El lenguaje es necesario para entablar conversaciones verbales. Y eso es lo alarmante: nuestros hijos están perdiendo el don de la expresión verbal.

Por último hablemos de las redes sociales. Por medio de ellas podemos enterarnos de todo lo que ocurre en el mundo, pero muchas veces no sabemos lo que ocurre en nuestros propios hogares. Los medios sociales nos aíslan de la gente cercana a nosotros y facilitan que nuestros hijos se comuniquen con extraños y puedan entablar conversaciones peligrosas, escondidos bajo el “anonimato”.

La tecnologia es un gran regalo para el mundo, pero estamos dejando que sustituya a las relaciones personales. Fuimos creados para vivir en relación, pero eso no significa que debamos estar conectados a un aparato todo el día. Y el aparato tampoco sustituye la responsabilidad que tenemos los padres de enseñarle a nuestros hijos el valor de la comunicación verbal con sus semejantes.

Salgan un domingo a un parque a caminar y compartir un almuerzo. Traten de entablar una comunicación con sus hijos. Quizás al principio obtengan una respuesta de solamente si o no, pero a la larga valdrá la pena. Tratemos de crear recuerdos en las vidas de nuestros hijos donde la conversación, la risa y las lágrimas sean los mejores recuerdos de sus vidas.


Beatriz Green

Beatriz Green

Beatriz Green nació en la ciudad de México y migró con su familia a los Estados Unidos en 1976. Casada con William, disfruta viajar y pasar tiempo en familia, la cual incluye a sus dos hijos, Sandra y Alberto, y su nieta Trinity. Beatriz es egresada de la Universidad de Houston y desde hace 14 años trabaja en la Parroquia Católica San Cirilo de Alejandría como coordinadora del grupo de jóvenes de Junior High. La mayor inspiración en su vida han sido su papá y su hija.

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