Un encuentro inesperado (4ª parte, final)

Pasaron los días sin que Flo supiera nada de Theo. Él permanecía en su habitación leyendo los mismos libros, mientras Flo esperaba en la biblioteca que el extraño hombre regresara.

Ella sabía que algo le pasaba y estaba empezando a preocuparse. No lo había visto en dos semanas, y aparte de su trabajo, este era el único lugar al que él iba cuando salía de su departamento; así que, a menos que hubiera encontrado una biblioteca en su armario, seguramente la estaba evitando. Decidió visitarlo y un día después del trabajo, fue a su departamento.

Las puertas del ascensor se abrieron y ella se bajó en el piso de Theo en el complejo de departamentos. Las paredes del pasillo estaban pintadas con un color monótono y sin pretensiones, y las sencillas e idénticas puertas parecían extenderse sin fin a cada lado de ella. La ausencia de personas y la tranquilidad del lugar sólo aumentaron sus nervios. Al avanzar hacia la puerta, una aprensión la sorprendió. ¿Estaría en casa? Probablemente. ¿La escucharía? Quién sabe.

Tocó la puerta tres veces. Ninguna respuesta. Nuevamente tocó. Nadie abrió la puerta, pero Flo persistió.

—¡Theo, sé que estás allí! dijo, tocando más fuerte esta vez. Se oyó un pequeño ruido adentro. Theo estaba demasiado absorto en su montón de libros como para hacerle caso a la puerta. Esperó que se fueran, pero la voz de Flo lo sobresaltó y lo arrancó del lugar donde estaba.

—Hola… —dijo abriendo la puerta.

—¡Hola! ¿Estás bien? No te he visto en la biblioteca hace mucho.

—Oh, sí, estoy bien. Sólo ocupado.

—Bien. Sólo vine para ver cómo estabas. Realmente no te he visto desde la otra noche…

Ambos sabían muy bien lo que «la otra noche» implicaba, pero ninguno estaba dispuesto, ni lo suficientemente cómodo para abordarlo. Un silencio estático permaneció entre ellos como una barrera para su comunicación. Pasaron unos segundos y Theo ansió volver a sus estudios.

—Ok, bueno, gracias por pasar—. Intentó cerrar la puerta, pero Flo la mantuvo abierta.

—No tan rápido, señor Antisocial —dijo con un repentino filo en su voz. No sé qué te pasa, pero me debes una explicación. ¿Dónde has estado?

—He estado donde siempre he estado, aquí en mi casa…

—Claro, y has dejado de ir diariamente a la biblioteca como siempre lo has hecho ¿verdad? Además, ¿qué pasó con la ida al Met el fin de semana pasado? Sé que pasa algo y no me iré hasta tener respuestas.

Theo se quedó inmóvil por un momento, mirando fijamente la fea alfombra café del pasillo, mientras acomodaba sus pensamientos.

Auribus teneo lupum. ¿Sabes lo que significa? Es latín. Literalmente dice: «Sosteniendo un lobo por las orejas.» Es una situación en la que estás atrapado. No hacer nada no ayudará, pero hacer algo es muy riesgoso. Ahí es donde me encuentro ahora: entre dos riesgos. Cuanto más estoy contigo menos tiempo estudio; cuanto más tiempo estudio, menos estoy contigo. Estoy atrapado, y fue sólo hasta esa noche en el restaurante que me di cuenta. He leído libros enteros en chino, pero no he podido pedir un maldito plato de dumplings. ¡Increíble! ¿Lo entiendes, Flo? ¿Lo entiendes?

Flo sólo lo miraba con una sonrisa traviesa en su rostro. Trató de sostenerla, pero no pudo contener la risa.

—¡Ay, Theo, realmente eres extraño!

—¿Por qué? ¿Qué quieres decir?

—¿Sabes dónde estás? Abre tus ojos. Mira por la ventana. ¡Estás en la ciudad de Nueva York! Aquí hay cientos de culturas de todo el mundo y todas están al pie de tu puerta. Quieres estudiar para aprender todos esos idiomas, pero ¿para qué? ¿Qué sentido tiene conocer un idioma sin tener a nadie con quién hablar? ¿De qué te sirve hablar contigo mismo en francés, japonés, alemán, español y ruso? ¡Hay tantas otras personas a quienes podrías conocer, con quienes podrías hablar y de las que podrías aprender! Pero en cambio estás aquí, desperdiciando tus días, cumpliendo un sueño que no te llevará a ninguna parte. Ya es tiempo de que vivas la vida y no sólo aprendas lo que dice un libro que es… Sin embargo, la decisión es tuya. ¿Qué vas a hacer, Theo? ¿Quedarte atrapado o carpe diem?

Theo se paralizó, aturdido al escuchar todo eso. Las implicaciones de la sugerencia de Flo le aterrorizaban, pero al final sabía que ella tenía razón. Su decisión estaba tomada.

—Carpe diem será.

—¡Eso es lo que pensé!

Esa noche, Flo y Theo tomaron un ferry en el río Hudson. En medio del luminoso horizonte de Manhattan, iban los dos admirando las torres de luz eléctrica de las que emanaba esa energía familiar de la ciudad. La misma energía brillaba en los rostros de la pareja, cuyo radiante entusiasmo anticipaba las aventuras por venir.

—Entonces, carpe diem, ¿eh?

—Así es, hombre de los idiomas. Carpe diem.

– FIN –


Bruno Palomares

Bruno Palomares

Bruno Palomares tiene dieciséis años y estudia décimo grado en Cinco Ranch High School de Katy, Texas. Nació en Veracruz, México y ha vivido en los Estados Unidos desde los dos años de edad. Desde pequeño ha soñado con ser escritor de libros.

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