La fe en el hogar

Se dice que los hijos no traen un libro de instrucciones sobre cómo educarlos, sin embargo, siempre tratamos de hacer lo que está a nuestro alcance para que crezcan sanos y sean hombres y mujeres de provecho.

Cuando son pequeños nos preocupamos de su seguridad, alimentación y todas sus necesidades básicas. No podemos dejar pasar el bautizo de nuestro bebé. Contactamos a la parroquia lo más pronto posible y hacemos los trámites para que nuestro hijo reciba la Gracia inicial de nuestro Padre celestial y pueda ser llamado hija o hijo de Dios.

Después vienen los años de colegio en los cuales estamos siempre atentos a que saquen buenas calificaciones y no falten a sus clases. Cuando están en segundo grado, nos acordamos que es tiempo que nuestro hijo reciba la primera comunión. Es hora de ir a contactar a la parroquia nuevamente para inscribirlo en la preparación sacramental. Si no hemos estado llevándolo a clases de educación religiosa, pasarán dos años antes de que pueda recibir la primera comunión. A veces a los padres se nos hace totalmente absurdo que la iglesia requiera tanto tiempo para que los chicos aprendan sobre la fe, sin pensar en la importancia de lo que significa recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo por primera vez.

Cuando nuestros hijos están en bachillerato es la edad para recibir el sacramento de confirmación. Vamos nuevamente a la parroquia a inscribirlos, volvemos a eschuchar lo mismo, “es un proceso de dos años” y volvemos a enojarnos con la iglesia. ¿Podemos identificar este patrón? Aproximadamente, cada siete años acudimos a la iglesia para que nuestros hijos reciban un sacramento, así como si tuviéramos que poner una marca de “recibido”en la tarjeta de los sacramentos. ¿Haríamos lo mismo en cuanto a la educación escolar? ¿Se imaginan qué pasaría si empezáramos a llevar a los chicos al primer grado, después al séptimo y más tarde al décimo, y luego pidiéramos al distrito escolar que le entreguen su diploma de bachillerato?

¡Por lo menos se reirían de nosotros! Entonces, ¿por qué los padres no tomamos en serio la educación religiosa de nuestros hijos? ¿Nos hemos puesto a pensar cómo estamos preparándolos para la vida eterna?

Quizás nunca nos hayamos hecho estas preguntas. O tal vez no les hemos dado la importancia debida. Nuestra obligación como padres es proveer a las necesidades de nuestros hijos, darles una educación, pero también (quizás aún más importante) es enseñarles la fe. Influir en ellos para que tengan una relación con el mejor amigo que van a tener en la vida, Jesucristo.

Tenemos que crear una iglesia doméstica en donde el centro de todo lo que hagamos sea Jesucristo y nuestra fe. No se trata nada más de llevar a nuestros hijos a recibir educación religiosa cada vez que les toca recibir un sacramento. Ir a misa los domingos en familia o reunirse a rezar en las noches o antes de comer, son solamente el primer paso. Ellos deben recibir una educación religiosa continua para aprender lo que es moralmente correcto y así poder enfrentar las dificultades que se les van a presentar en la vida. Además, ahí encontrarán a su familia eclesiástica, quienes los van a acompañar, entender y apoyar el resto de sus vidas.

La educación religiosa es importante no sólo para nuestros hijos, sino para nosotros mismos. Estamos acostumbrados a dejar que nuestros hijos reciban su educación religiosa en las iglesias, pero el papa Francisco, en su libro “La Alegria en la Familia”, nos recuerda que los padres somos los primeros educadores de la fe en nuestros hogares y por consiguiente, nosotros también debemos de educarnos en nuestra fe.

Nuestra misión principal es que el regalo mayor que Dios nos ha entregado, nuestros hijos, lleguen a conocer, amar y respetar a su Padre celestial; para que cuando nos veamos frente a Él, nos pueda recibir con una sonrisa, diciendo: –¡Bienvenido! Te encomendé a uno de mis hijos y gracias a ti y tus enseñanzas ha crecido como un hombre o mujer de bien.


Beatriz Green

Beatriz Green

Beatriz Green nació en la ciudad de México y migró con su familia a los Estados Unidos en 1976. Casada con William, disfruta viajar y pasar tiempo en familia, la cual incluye a sus dos hijos, Sandra y Alberto, y su nieta Trinity. Beatriz es egresada de la Universidad de Houston y desde hace 14 años trabaja en la Parroquia Católica San Cirilo de Alejandría como coordinadora del grupo de jóvenes de Junior High. La mayor inspiración en su vida han sido su papá y su hija.

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